Por Rafael Lulet
La política es el arte de gobernar según Platón, pero en muchos casos en nuestro actual sistema de gobierno, el político se convierte en un analfabeto para dirigir las riendas de un país, porque desconoce de administración pública, no es suficiente ser un buen orador, o simpatizar con el pueblo para llenar el perfil requerido de un puesto de funcionario público, deberá tener otros atributos para cumplir con esa encomienda, pero se descubre la falta de herramientas para ejercer el cargo demasiado tarde, dando pauta a errores siendo peor cuando dicho burócrata no tiene el compromiso para aprender.
Presidentes, ministros, secretarios, titulares de diversos cargos públicos e inclusive legisladores, son los actores políticos que pretenden llegar a un puesto de elección sin contar con la preparación para ejercerlo, pero el compadrazgo, la labia, la mentira, las promesas, la simpatía y en ocasiones la belleza física son factores para colocar a dichos personajes en posiciones gubernamentales y de representación, con resultados reprobable dejando decepcionados a los soberanos con la impresión que la política es una “porquería”, cuando la culpa es en dos sentidos una, los mismo ciudadanos quienes son parte de esa elección en las urnas y la otra la pésima preparación de los participantes a los diversos cargos, cayendo con eso en deshonestidad.
Las campañas políticas todo lo cambia, la hipocresía, las mentiras y la tolerancia se hacen aparecer en candidatos quienes buscan un cargo de elección “hay que aguantar todo” con tal de llegar al poder deseado, una vez adquirido la encomienda, ya no será necesario la simulación, diría Nicolas Maquiavelo con su obra “El principe”, en su frase famosa: “el fin justifica los medios”, razón por lo cual vemos a aspirantes electorales cargando niños, abrazando a quien se deje, bailando con la gente con pasos ridículos, entre muchas bufonadas más con tal de llamar la atención y parecer amigables con la población con el objetivo de obtener su propósito, para después quitarse la careta o la máscara como dirían los griegos.
Ejemplos existen muchos, en todos los países se pueden observar lo antes dicho, la diferencia es la capacidad intelectual de cada uno de los diversos actores políticos, en algunos casos lo antes expuesto no se da, refiriéndose al aspecto de la decepción ciudadana por la política porque la elección resultó ser por lo menos de una persona que sí cubría con el perfil del cargo gubernamental o sobrado por dicha encomienda, pocas veces resulta ser eso, pero si los hay y en la historia mundial encontramos personajes destacados quienes han visto el compromiso de servicio así como una reciprocidad a la confianza otorgada en las urnas, tales casos por mencionar fueron: el General Lazaro Cardenas en México, Frank Roosvelt y John F. Kennedy en Estados Unidos, Nelson Mandela en Sudáfrica, entre muchos otros más.
Sin embargo, la decepción impera en los ciudadanos de la mayoría de los países, por eso la irritación por la política de las personas, cuando los griegos la polis significaba el buen servir al pueblo y se reflejaba en la gente, tales casos lo encontramos con Nicolas Maquiavelo en su otro libro: “las obras de Tito Livio”, donde los ciudadanos de la antigua Roma, sentían gran simpatía natural en sus líderes, tanto en las buenas como en las malas, siendo parte de esa comunicación de empatía directa entre unos y otros, solo reflejándose por la calidad de sus gobernantes que en la modernidad se pierde en mucha de las diversas naciones en la historia del mundo.