Si nos cruzamos de brazos seremos cómplices
de un sistema que ha legitimado la muerte silenciosa
Ernesto Sábato
Arturo Suárez Ramírez / @arturosuarez
Estimado lector, gracias. En febrero de 2015, después de pronunciar un discurso en que anunció el nombramiento de Virgilio Andrade como secretario de la Función Pública y una serie de medidas contra la corrupción y en favor de la transparencia, Enrique Peña Nieto no resistió hacer un breve comentario ante la pasividad del auditorio y los reporteros, “Ya sé que no aplauden” salió de lo más hondo de su pecho y se escuchó a través del micrófono.
Es natural que los hombres que detentan el poder, se sientan amenazados por los ojos escrutadores de la prensa y de la sociedad, así le pasó a Peña Nieto quien pensaba que, hacia lo mejor para el país, también llamó mezquinos a los que no reconocían el trabajo, el gran esfuerzo de una administración que ha sido estigmatizada como la más corrupta de la historia reciente de México.
La actuación del PRI y la incapacidad del PAN le abrieron la puerta a los superiores morales en el 2018, pero la realidad nos ha alcanzado muy pronto, los que se decían diferentes se quitaron la máscara y mostraron que eran peores. Al inicio de la administración de López Obrador se emprendió una cruzada contra la corrupción del pasado y a más de dos años no reconocen la propia y eso que la lista es larga.
Entre las tácticas para simular el fin de ese vicio estaba la narrativa de repetir una y otra vez que ya no hay corrupción, desde el tabasqueño hasta el último funcionario, siempre señalar al pasado, al PRI y al PAN, a sus villanos favoritos Fox, Calderón y Salinas, muy poco a Peña Nieto, también a los luchadores sociales, a los defensores de derechos humanos, feministas, ecologistas, periodistas y medios de comunicación. Pero nunca a los dueños de los medios, con esos que eran parte de la mafia del poder, hoy hace negocio, pacta, entrega Secretarías y hasta come en la misma mesa.
Todas las mañanas, en la triste conferencia de prensa se simula un dialogo circular con actores que fingen ser comunicadores, afines al régimen, dóciles a la mano de Jesús Ramírez Cuevas, y de eso hay testimonios de los que son reporteros de verdad a quienes les ponen obstáculos para obtener información, cuando estos hacen su trabajo de preguntar y se incomoda el inquilino de Palacio Nacional le sueltan a la rabiosa jauría. Los otros se dicen diferentes, pero leen preguntas sembradas y a modo, le aplauden al poder y se dan el lujo de amenazar a comunicadores con el mismo micrófono del presidente, claro porque tienen licencia.
Por eso no es poca cosa la declaración de Julio Scherer Ibarra, consejero jurídico de la Presidencia, quien, en el programa de Carmen Aristegui, sugirió censurar a los periodistas para que López no corra el riesgo de violar la veda electoral: “El presidente tiene un problema, hay que taparle la boca también a los reporteros y decirles oigan, por favor, no pregunten eso”.
Aunque Scherer Ibarra se disculpó porque seguramente se lo pidieron y le pesó el apellido y la historia de su padre, es lo que piensan y quisieran los de la 4T, aplausos y silencio en el sexenio de los superiores morales, los que fingen un Estado de Derecho, pero violentan las leyes, los que hacen un montaje de libertad de expresión, aunque el golpeteo es constante.